CONTACTOS CAMIONEROS

Seguidores

Vicente Aleixandre

En agosto de 1936, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí abandonaron España con destino a Nueva York, dejando atrás su casa y, en ella, sus bienes materiales: muebles, enseres personales, libros, obra suya editada, fotografías y manuscritos, pensando que la ausencia sería corta.
En 1945 todo el contenido pasa a almacenarse en el Museo Romántico y, después, en 1957, Francisco Hernández-Pinzón delega en la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, en la persona de su director, José Antonio García Noblejas, que dispone que el legado documental pase a la Biblioteca Nacional y de ahí al Archivo Histórico para su catalogación. Allí ordenan y clasifican una colección aproximada de 20.000 manuscritos, todos microfilmados, además de conservar más de 1.000 documentos fotográficos. Entre ellos, se han encontrado las imágenes en movimiento que ya se han proyectado.
La entrega del Perejil de Plata al Archivo Histórico Nacional forma parte de los actos conmemorativos del LV Aniversario de la Concesión del Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez. En el 2010, esta distinción se le concedió a la sobrina-nieta del poeta y representante de los Herederos, Carmen Hernández-Pinzón.
 Por: Luis Rico

FRENTE A ESTA OPCION, VICENTE ALEIXANDRE PERMANECE EN LA ESPAÑA DE LA DICTADURA FRANQUISTA...
En las primeras cartas que escribe Vicente Aleixandre desde su nueva residencia a algunos amigos y compañeros de generación como Gerardo Diego o Jorge Guillén, el poeta utiliza en sus encabezamientos manuscritos la palabra Velingtonia y no Wellingtonia como correspondía al nombre oficial de la calle, quizá para facilitar su lectura y pronunciación. A finales de 1928 escribirá ya en toda su correspondencia Velintonia que, curiosamente, nunca figuró en las placas municipales de la calle. Tanto el término original wellingtonia, como el que castellanizó el propio Aleixandre, se incluyeron por vez primera en el diccionario de la RAE, en 1970, en su decimonovena edición.* Tuvieron que pasar más de cuarenta años para que la palabra velintonia fuera aceptada —por la insistencia del poeta ante sus compañeros de la Real Academia—** como término español del nombre científico de esta especie de secuoya gigante propia de la Sierra Nevada de California.

Ver mapa más grande
Acercarse a la casa del poeta Vicente Aleixandre en el número 3 de la que fue calle Velintonia, en las horas plácidas del amanecer o del atardecer, resulta una experiencia altamente gratificante para el espíritu; una intensa emoción que lleva a ensimismamientos y ensoñaciones, aun en las generaciones más alejadas de aquel mundo interrumpido bruscamente por la guerra civil de 1936. En la larga vida de Aleixandre, Velintonia se convirtió en un santuario poético de obligada visita para varias generaciones, conscientes de que el ilustre poeta estaba al corriente de lo que publicaba cada uno y de los nuevos escritores que iban surgiendo. 
El mayor número de visitas arrancó hacia 1942 cuando el poeta regresa de nuevo a la casa, que hubo que reparar durante tres años como consecuencia de los serios destrozos que sufrió con los bombardeos artilleros hacia la Ciudad Universitaria, cuando las tropas franquistas pretendían cruzar el Manzanares y conquistar Madrid. Pero las ilustres visitas - ya casi legendarias- se produjeron antes y durante la guerra. Pablo Neruda, de vuelta a Chile tras abandonar Madrid en 1934, recordaría entrañablemente lo que representó aquella casa del poeta: "En el recinto aislado de su casa la poesía y la vida adquieren una transparencia sagrada." Federico García Lorca, unos días antes de salir de Madrid para siempre, había dado un recital de piano y el poeta Miguel Hernández se había convertido en el visitante más asiduo de Velintonia.
Desde la Glorieta de Cuatro Caminos hay un trecho de un kilómetro hasta la casa de Vicente Aleixandre. Mucho menos desde la boca de Metro de Guzmán el Bueno, al cabo de la Avenida de la Reina Victoria, donde se halla el busto de gran tamaño del poeta que realizó López Ballestero. El entorno corresponde a la Glorieta del Presidente García Moreno. A la izquierda arranca la Avenida del Valle que recorre de parte a parte la vieja Colonia Metropolitano hasta desembocar en la calle Isaac Peral. A la derecha lo hace la Avenida de la Moncloa, que desciende cuesta abajo hasta el llano universitario por la Facultad de Biología. Para llegar a la casa de Velintonia 3 hay que tomar la acera de la izquierda y torcer en la segunda bocacalle, que corresponde a la calle de la Granja, que en menos de 50 metros a la derecha conduce a la de Velintonia, hoy calle Vicente Aleixandre, que desemboca un par de cientos de metros más abajo en el Paseo de Juan XXIII. Al comienzo destaca la bella casona de la Clínica Santa Elena, donde fue internado de urgencia Aleixandre en sus últimos días para ser trasladado finalmente a su domicilio, a tan solo una veintena de pasos, donde falleció una noche de diciembre de 1984. Vicente Aleixandre por López Ballestero. Av. de la Reina Victoria.
Francisco Umbral escribió en El Mundo en 1995: “Ese chalecito íntimo, lirico y burgués por el que varias generaciones de poetas pasaron. Ermita laica donde un hombre recostado en un diván sonreía a todos, leía todos, comprendía a todos.” Luis Antonio de Villena, poeta siempre sensible al pasado cultural: “Conocer a Aleixandre, visitarle una tarde en su acendrada y recogida casita de Velintonia 3, no era nada difícil.” Jaime Gil de Biedma, otro de los grandes de la poesía de los cincuenta: “La casa de la calle de Velintonia, número tres, nos pertenece un poco a todos los poetas españoles, pero Vicente pertenece a ella por derecho propio.” Antonio Colinas, premio nacional de literatura en 1982: “En la casa de Aleixandre se cruzaban todos los caminos de la poesía novísima.” Víctor García de la Concha, el ilustre filólogo: “Su voz, su aliento de franca bienvenida pesan hoy en la historia de la literatura de aquellos años, tanto como sus versos.” Pere Gimferrer, poeta catalán, que en su discurso de entrada en la RAE en 1985 habiendo sustituido a Aleixandre, manifestó: “Para bien de todos espero y deseo que la casa de Aleixandre se mantenga siempre, como en vida del poeta y como ahora mismo, a título de perpetuado monumento incólume a un gran escritor y a su generación.” La casa del número 3 de la calle es una de las muchas que conforman la Colonia Metropolitano. En ella vivió Aleixandre la mayor parte de su vida y en ella escribió casi la totalidad de su obra. Llegó a ella con sus padres en 1927 y la abandonó para siempre en 1984 tras 57 años cabales en compañía de su hermana, que lo sobrevivió dos. Pero la casa de cuatro chimeneas y puertas y ventanas verdes corre serio peligro, semiarruinada, cercada por alambradas destartaladas que impiden la entrada de intrusos, rotos algunos cristales, oxidadas las rejas de las ventanas, quebrados algunos peldaños, desconchados los muros y perdiéndose los contornos entre yerbajos feraces y árboles postreros que crecieron desmesuradamente. La sensación que aflora es la tristeza por el mal trato que recibe el legado cultural que representa esa casa. Francisco Umbral: “La ruina de Velintonia se corresponde con la ruina póstuma que algunos quieren dejar caer sobre Vicente Aleixandre.”
No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente,
las huellas de unos besos,
ese resplandor que aun de día se siente si te acercas,
ese resplandor contagioso que me queda en las manos,
ese río luminoso en que hundo mis brazos,
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de lucero.

No quiero que vivas en mí como vive la luz,
con ese ya aislamiento de estrella que se une con su luz,
a quien el amor se niega a través del espacio
duro y azul que separa y no une,
donde cada lucero inaccesible
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza.

La soledad destella en el mundo sin amor.
La vida es una vívida corteza,
una rugosa piel inmóvil,
donde el hombre no puede encontrar su descanso,
por más que aplique su sueño contra un astro apagado.

Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia,
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir,
de quemarme los labios con tu roce indeleble,
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador.

No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque imposible de las estrellas,
como el espacio que súbitamente se incendia,
éter propagador donde la destrucción de los mundos
es un único corazón que totalmente se abrasa.

Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra una muerte;
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;
ven como los dos labios marcados por el rojo,
por esa línea larga que funde los metales.

Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos;
ven como dos ojos o dos profundas soledades,
dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco.

¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;
ven, que ruedas como liviana piedra,
confundida como una luna que me pide mis rayos!

La admiración entre Aleixandre, Cernuda y Lorca era mutua:

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
(...)
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

A estos versos de Cernuda, Aleixandre responde:

Si alguna vez pudieras
haberme dicho lo que no dijiste.
(...)
Si tu me hubieras dicho
Te conocí y he muerto.


Luis Cernuda -prácticamente ignorado en vida- es considerado hoy el poeta más influyente de su generación, y Los placeres prohibidos es un libro de referencia incluso para los poetas de la misma. Y así, es fácil encontrar relaciones entre los poemas de los unos y los otros.
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe.

En El moribundo Aleixandre responde a Cernuda...

El decía palabras.
Quiero decir palabras, todavía palabras...

Y Lorca, en el Poema Doble del Lago Edén de Poeta en Nueva York:

No, no. Yo no pregunto, yo deseo.

No hay comentarios:

VISITANTES EN RED