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14/2/24

perdido en CUBA 💬 #windtalkers

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TODAS LAS GUERRAS SON INJUSTICIAS PARA AMBOS BANDOS
La mañana del 3 de julio de 1898, la flota española se encontraba en la bahía de Santiago al mando del almirante Pascual Cervera y Topete. El tono sacrificial en el que se dirigió a sus hombres, una llamada a la inmolación colectiva, deja pocas dudas sobre el ánimo con que el se lanzó a una batalla que sabía perdida de antemano: “Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil”, sentenció.
Lo que ocurre en 1820 es que había una serie de reinos americanos que deciden separarse del rey, mientras que en el caso de Cuba es una guerra colonial. En los ejércitos continentales no hubo soldados españoles enviados a combatir en México, Perú o Argentina, eran igual de americanos que los independentistas, pero en el caso cubano, el ejército estaba formado por soldados enviados desde España que lucharon por mantenerla dentro del dominio español y su pérdida fue la más dolorosa y traumática”.
Lo acontecido en 1898 parece una especie de gigantesco psicodrama colectivo, porque no solo es que la hemos perdido nosotros, los españoles, sino que esto demuestra que somos un país fracasado y decadente –afirma–, que desembocó en una crisis de nación. La crisis del 98 invalidaba una identidad española tradicional basada en la noción de “imperio”, sin ser capaz de sustituirla por otra, tuvo un efecto demoledor sobre el proceso de construcción nacional español”, resalta el historiador.
Acabada la guerra no hubo expulsión de españoles ni campañas de “desespañolización” más bien al contrario, de “españolización”. “Algo llamativo comparado con lo ocurrido en 1920 en el resto de América -explica López Vejo-, donde hubo campañas hispanófobas fuertes. México llegó a decretar la expulsión de todos los españoles, pero en Cuba no. ¿Por qué? Por un lado, dice Martí: “no tenemos nada contra los españoles, si acaso contra el Estado”. Y por otro, las élites cubanas empiezan a preocuparse porque Cuba acabe siendo una zona de expansión americana y esto provoca el intento de favorecer la llegada de españoles. De manera paradójica, Cuba se vuelve más “española”, en costumbres y comportamientos después de la independencia que antes de ella”, afirma.
¿QUÉ SE PERDIÓ EN CUBA?
Muchos hemos escuchado a nuestros abuelos esta expresión, para valorar una situación de la que resulta un daño de poca trascendencia, sobre todo comparado con uno de los hechos más conocidos del llamado desastre español de 1898: la derrota en la guerra de Cuba. 
Pero: ¿Qué se perdió en Cuba?
A finales del s. XIX España aún conservaba una parte no despreciable del antiguo imperio (Cuba, Filipinas, Puerto Rico y las Islas Carolinas y Marianas), en un mundo en el que las naciones punteras de la época (Gran Bretaña, Francia, Alemania…) tenían amplias colonias, las viejas glorias (España, Portugal, Holanda…) mantenían las suyas como podían y las emergentes (Estados Unidos y Japón) aspiraban a tenerlas. El imperialismo era la doctrina política en boga y hasta países americanos de corta historia independiente se embarcaban en guerras nacionalistas y expansivas (EEUU, Brasil, Argentina, Chile…) a costa de sus vecinos (México, Paraguay, Bolivia…) Por causas muy relacionadas con esta expansión, que no  detallaremos ahora, se produjo una guerra entre España y Estados Unidos, que arrebató a la vieja nación europea todas sus antiguas posesiones, pero no en la forma ni con las consecuencias que a veces se cree.
España llevaba dos décadas inmersa en problemas coloniales, con movimientos independentistas importantes, pero no dominantes y que no lograron alcanzar sus objetivos, ni por la política ni por las armas. La metrópoli era capaz de mantener tropas que dominaban todos los territorios, disponía de un apoyo variable pero muy significativo en la población local y hasta tres flotas de guerra medianas que servían de enlace y protegían tanto al llamado “ultramar” como a la propia península ibérica y sus islas adyacentes. ¿Cómo es posible que este nada despreciable potencial sucumbiese en pocos meses ante la novata US Navy en la doble batalla de Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba, sin apenas guerra terrestre entre ambos contendientes?
El mito de los barcos españoles de madera frente a acorazados de acero norteamericanos quedó hace tiempo descartado por los historiadores, igual que el de los soldados españoles aislados por un inmensamente mayoritario alzamiento independentista. Es cierto que los EEUU disponían de barcos algo mejores y líneas de abastecimiento más cortas, que el independentismo los veía como aliados e incluso que un sector nativo aspiraba simplemente a la integración en EEUU, pero no era una superioridad tan manifiesta como se ha querido argumentar en la “disculpa” posterior de los hechos. El gobierno liberal de D. Práxedes Sagasta ni siquiera utilizó la flota con base en España para abastecer los frentes o atacar al enemigo en su propio territorio, ni buscó aliados, ni movilizó al país en su conjunto para una guerra larga y decisiva. España perdió la guerra en pocos meses y por el tratado de París de 1899 (y la posterior venta a Alemania de lo poco que quedó) todas las posesiones pasaron a ser administradas por Estados Unidos. Si, otro mito que cae: no fueron inmediatamente naciones independientes, de hecho, solo Cuba y Filipinas lo son y esto desde años más tarde y con continuas ingerencias políticas y militares de los libertadores, en Filipinas desapareció el idioma castellano sustituido por el inglés y Puerto Rico y Guam siguen siendo hoy día territorio norteamericano.
¿Cómo explicar este bandazo de la historia? Como siempre, por razones económicas. Era evidente el interés de los jóvenes y pujantes Estados Unidos por ampliar su área de influencia (que se lo digan al México que perdió casi la mitad del territorio en 1848), mientras que la España de 1898 era un país atrasado, sacudido durante el siglo XIX por las tres guerras civiles carlistas y docenas de golpes de estado, más las guerras napoleónicas de las que hablaremos otro día, inestabilidad política, analfabetismo inmenso, gran predominio agrícola, escasez de inversión productiva e investigación, rentas coloniales nulas salvo para unos pocos empresarios locales que además trataban de chantajear al estado para mantener su privilegiada posición. Ultramar para los norteamericanos era una oportunidad, y para la vieja potencia no era una joya, sino pesadilla para los soldados de remplazo que perdían años en su servicio militar allá, quebradero de cabeza para los gobiernos que tenían problemas más cercanos y apenas un lejano eco en el ya larguísimo libro de historia para el conjunto de la población. El español que marchaba a Cuba o Filipinas era un emigrante económico, no un conquistador ni un explotador. De hecho, durante la primera mitad del s. XX siguió el flujo migratorio hacia Cuba y Argentina, principalmente.
La vieja España imperial de 400 años de antigüedad se murió sola en 1898, no hizo falta que la mataran otros y la prueba de ello es que las palabras revancha, reconquista o imperio solo sobrevivieron en las mentes más paranoicas y retrógradas. El arte, la literatura y la ciencia alcanzaron uno de sus momentos más brillantes justo después de la derrota y el conjunto de la nación miraba hacia su propio presente y futuro, peninsular y a ser posible europeo, tal vez menos mísero y más libre. Un lema impregnó la política y la cultura: 
¡REGENERACIÓN!
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