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28/12/22

Pedro Gil 💬 #windtalkers

“Estas ocurren cuando llega un dinero sin haberlo sudado”, dice Damián Ceballos. Regenta el bar-discoteca donde se divertía la corte de Mónaco. Su padre fue el primer alcalde de la democracia, Juan Ceballos, el hombre que logró colocar al municipio en el mapa. Un socialista peleón. Respetado. Un espectro intachable cuya larga sombra pasea aún por los callejones. “Si te viera Juan Ceballos…”, dicen aún algunos. Con él llegó la canalización de aguas y los vecinos dejaron de hacer sus necesidades en la fuente. Viajó a Madrid y Bruselas reclamando ayudas para el campo. Impulsó la cooperativa textil, la granja de gallinas, la residencia de ancianos, la biblioteca construida en un viejo cuartel de la Guardia Civil. Ideó un modelo de desarrollo. Murió de leucemia en 1996. No había cumplido 50 años. Nunca tuvo sueldo de alcalde. Le sucedió José Villegas, su delfín. “Y de ser un pueblo modélico, todo quedó congelado. Pasamos de aprovechar hasta la cara B de los folios a las facturas de Brasil”. Damián muestra un reportaje de prensa sobre su padre. “Ha conseguido casi erradicar el paro de su pueblo”, se lee en un destacado. Aunque poco antes de morir, recuerda su hijo, Ceballos repetía como una premonición: “¿Hasta cuándo va a durar la anestesia de Europa?”.
La anestesia. En este pueblo, uno tiene la sensación de recorrer una España a escala. El símbolo de algo que pudo ser y pinchó a medio camino. La fiebre del dinero barato. Las ayudas al desarrollo dilapidadas. La confusión entre lo público y lo privado, sea con un teléfono municipal o con viajes de ocio a Puerto Banús, como los de Carlos Dívar. La deuda se renegocia en Madrid y no en Bruselas. Y el alcalde viaja a la capital en autobús y se entrevista con “unos señores de traje” que hacen “cuentas en una calculadora”. Lo recuerda Adrián González junto a su ganado. Por el camino que linda con su parcela va un hombre con sombrero de paja. Sus pisadas levantan polvo como una interrogación en la tarde. Mira de reojo. No pierde detalle. Es un policía nacional al que trasladaron hace unos años a Cáceres. Se vino a vivir a Plasenzuela. La casualidad lo colocó al frente del caso. Como si fuera el sheriff, las cabras oscuras lo siguen desde el redil con mirada ausente.

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