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¿DE QUÉ SENTIMOS VERGÜENZA?
EL DESASTRE DE 1921.
El impacto social de la derrota fue brutal, a pesar de que a partir del 26 de julio el gobierno decretó la censura previa en la prensa.
Paseando por la costa de les Cases d´Alcanar, te sorprenden acantilados y playas espectaculares, las cuales aún albergan los búnkers de defensa, construidos en la Guerra Civil. Todo aquello tenía unos antecedentes vergonzosos.
Aquello fue la derrota de un país entero, la expresión de incompetencia de generales y de políticos, la improvisación, la desidia, la indisciplina, la cobardía y la desfachatez llevadas al extremo: España en estado puro. Y sobre el terreno, desde el general Silvestre, jefe de las operaciones -muerto allí sin honor ni decencia- hasta los oficiales y mandos subalternos, aterrorizados, embrutecidos por el horror de la huida en tropel y la matanza, casi todos cuantos tuvieron mando en la tragedia fueron indignos de sus estrellas y galones, llevando a la infeliz tropa al calvario para abandonarla luego, indefensa, en manos del enemigo. Los relatos de los supervivientes, más que indignación, lo que causan es sonrojo.
Recordar aquello es, para cualquier español, un ejercicio doloroso y necesario. Una clave más para comprender el triste país donde se vive y la infame clase dirigente con la que seguimos jugándonos los cuartos y la vida. Pero también, como sucede hasta en las mayores desgracias, el desastre de 1921 proporciona cierto consuelo al demostrar que ni siquiera en situaciones trágicas desaparecen por completo la dignidad y el coraje. Bajo tanta incompetencia y cobardía, entre las imágenes de miles de cadáveres mutilados y resecos al sol, quien lee sobre aquello encuentra también retazos analgésicos, hechos admirables que permiten respirar entre tanto horror y tanta patriotera mierda. El último mensaje de los defensores de Igueriben, por ejemplo: «Sólo nos quedan doce cargas de cañón. Contadlas, y a la duodécima, fuego contra nosotros porque el enemigo habrá entrado en la posición». O las sucesivas cargas de caballería dadas sable en mano, para proteger a los desbandados de Annual, por el heroico regimiento de Alcántara: ensangrentado, diezmado y tan agotado en hombres y caballos que los últimos ataques hubo de darlos despacio, al paso, bajo el fuego horroroso de los rifeños. Si quieren hacerse idea, busquen en Internet: hay un cuadro estremecedor de nuestro mejor pintor de batallas vivo, el catalán Ferrer-Dalmau, titulado «Las cargas del Gan». Uno de esos lienzos que a veces lo reconcilian a uno con esta infeliz España que, pese a ella misma y gracias a unos cuantos, merece salvarse siempre.
Todo lo que podamos decir sobre ella no es más que la crónica de una muerte anunciada 15 años atrás.
Si
la tragedia de un campo de batalla es siempre una lección sobre los
pueblos y su naturaleza, la que este 23 de julio cumplirá 100 años
dice mucho sobre España y quienes la habitamos. Y en lo que dice,
apenas hay algo bueno. En esa fecha, en lo que se conoce como desastre
de Annual, casi 8.000 soldados españoles fueron sacrificados como
corderos, y más de medio millar apresados por las harkas sublevadas en
Marruecos por Abd el Krim, que en pocos días reconquistaron todas las
posiciones establecidas por nuestro ejército en la zona oriental del
Protectorado. Lo
que había empezado como una arrogante campaña para ocupar el Rif
desembocó en una sucesión de desastres culminados por terribles
matanzas: la caída de Igueriben, la trágica fuga de Annual y la
carnicería de Monte Arruit, con masivos asesinatos de heridos y
prisioneros por parte de los rifeños, salvajes mutilaciones,
crucifixiones y empalamientos con estacas de alambradas. Y toda esa
barbarie, toda esa desgracia estremecedora, muy bien narrada por los
novelistas Ramón J. Sender y Arturo Barea, que allí fueron soldados y
testigos de excepción, la sufrieron los de siempre: los pobres
soldaditos del sistema de cuotas; la humilde carne de cañón que no
podía, como los ricos, pagar a otro pobre desgraciado para quedar exenta
del servicio militar. El
horror de esos días merece ser recordado cada año en España con más
razón que los hechos de armas heroicos, porque fue peor que una
sangrienta derrota.
Fue, sobre todo, una tragedia tan típica y nuestra como la paella, el jamón ibérico o el flamenco.
1 comentario:
Que videos mas deprimentes, coño.Como se puede ser tan soso follando?. Son la antitesis de la lujuria.
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